Alexis Ravelo

La parcela de Dios, de Erskine Caldwell, Barcelona, Navona, 244 páginas

La parcela de Dios, una de las obras mayores y más originales de Erskine Caldwell, es una historia de sexo y violencia que transcurre entre las abandonadas plantaciones de Georgia y las ciudades fabriles devastadas por la Gran Depresión Norteamericana de los años treinta.

Ty Ty Walden, desde siempre, destinó un acre de su finca a Dios: decía que lo que diera esa parcela lo donaría a la Iglesia. Pero hace tiempo que Ty Ty y sus hijos no cultivan nada. Se dedican a horadar el suelo, cavando zanjas y más zanjas, buscando un improbable filón de oro. Absurdamente, prefieren gastar su tiempo y su esfuerzo en la búsqueda de una quimera, en lugar de hacer algo productivo. Cuando comprueban que en una de las parcelas no hay nada, buscan en otra. Y así, cavando aquí y allá en la finca, cuando quieren perforar en la parcela para buscar oro, la cambian de sitio. Sería tremendo que el oro apareciese precisamente en la parcela de Dios.

Con este arranque, Erskine Caldwell nos va a contar la historia coral de Ty Ty y sus hijos: Darling Jill, una chica coqueta y promiscua; Jim Leslie, que dejó la casa familiar e hizo fortuna como prestamista y especulador; Rosamund, que vive está casada con un obrero de las hilanderías, Will Thompson, implicado en la lucha de los obreros por apoderarse de las fábricas y fundar una cooperativa y que cobrará un inesperado protagonismo hacia la mitad de la novela; y Buck, casado con Griselda, cuya belleza va a provocar la desgracia cuando entra en contacto con Will y con Jim Leslie.

Como en La ruta del tabaco, un erotismo animal e incontrolable recorre toda la novela, de tal forma que la concupiscencia va a generar la mayor parte de los muchos conflictos que nos encontramos en ella. Como dice el propio Ty Ty:

Alguien nos ha jugado una mala pasada. Dios nos puso en cuerpos de animales, pero quiso que nos comportáramos como personas. Ese fue el principio de todos los males. Si Él nos hubiera creado como somos, y no nos hubiera llamado personas, hasta el más tonto de nosotros sabría vivir.

Además del erotismo y de presentar a la clase rural de Georgia envilecida por la inactividad y la ignorancia, La parcela de Dios se introduce en el proletariado urbano, mostrando la devastación social producida por el capitalismo. Pese a la aridez general de su estilo, Caldwell alcanza altas cotas de un raro lirismo en las páginas dedicadas a esas poblaciones del valle, donde “la belleza mendigaba y la sed de los hombres fuertes resonaba en el vacío como el gimoteo de mujeres maltratadas”.

No es de extrañar que la novela, publicada en 1933, fuese inmediatamente perseguida. En Georgia fue prohibida y en Nueva York autor y editor se enfrentaron a juicios por inmoralidad. Después de todo, La ruta del tabaco ya le había puesto en el punto de mira de la censura más conservadora. Pero, igual que ocurrió con esa novela inmediatamente anterior, La parcela de Dios también fue un rotundo éxito de ventas.

Erskine Caldwell nació en 1903 en Moreland (Georgia), hijo de un pastor presbiteriano y pasó su infancia viajando con su padre por el Sur de Estados Unidos. Pero parece ser que en Georgia, en su tierra, no podían ni ver a este individuo que, en sus novelas y cuentos, describía con pelos y señales la miseria, el machismo y el racismo de una sociedad ignorante y prejuiciosa, envilecida por el hambre y la anomia.

Caldwell trabajó en diferentes oficios manuales y eso le permitió conocer muy bien la vida de la clase trabajadora, que es la que plasma en sus novelas. Sus primeras novelas fueron El bastardo y Pobre loco (que ya tuvieron problemas con la censura), pero la que realmente le consagró fue El camino del tabaco, que conocería una exitosa adaptación teatral y una cinematográfica, dirigida por John Ford.

A La parcela de Dios le seguirían otros títulos también estupendos, como Tumulto en Julio, El predicador o Tierra trágica.

Reseña de Alexis Ravelo, escritor, entre otras de