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                                        ISBRÜk: EL VIAJE A LA SOLEDAD DE DAVID VICENTE

A veces, cuando leo un libro que me impacta, pienso que me hubiera gustado escribirlo, porque refleja a la perfección mis inquietudes, mis emociones o las reflexiones que me planteo sobre la existencia y sus grandes temas. Me suele pasar con la poesía. Después de leer algunos poemarios me parece que yo ya no tengo nada más que decir. El poeta anuló cualquier posibilidad de escribir un poema que exprese mis pensamientos de otra forma, que en las páginas del libro que acabo de cerrar.

 Con la novela, sin embargo, me ha pasado en raras ocasiones, quizá porque es más difícil identificarse con el estilo de otro, con el planteamiento de las tramas o el perfil de los personajes. No sé. El caso es que pocas veces me ha asaltado el deseo de haber escrito una novela que me haya impresionado, aunque el autor sea uno de mis grandes maestros y su literatura siempre me deje huella. Entre esas pocas novelas se encuentra la ganadora del XLVIII Premio Internacional de Novela Corta ‘Ciudad de Barbastro’ 2017, Isbrük, una joya que cualquiera hubiera querido que saliera de su pluma. A mí, desde luego, me hubiera encantado que saliese de la mía.  Porque es más que una novela, es un tratado sobre la esencia del ser humano, sobre la vida y la muerte, las dudas y las certidumbres, los sentimientos compartidos y el pozo de soledad en el que a veces se ahogan nuestros días y nuestras noches.

Con una estructura circular, yo diría que compuesta de anillos concéntricos que van girando en sentidos contrarios, Isbrük es un viaje a la desesperanza. Un lamento abordado desde diferentes puntos de partida que giran en órbitas paralelas, atraídos por una fuerza centrípeta que les obliga a mirar hacia el núcleo central de la obra: la pérdida de la propia identidad, de un yo reconocible sin el que no puede haber salvación.

Narrada en primera persona, David Vicente construye un universo de personajes que discurren por caminos equidistantes, sin salidas ni vías de cruce. Personajes de carne y hueso, como la mujer que seca tomates al sol o el pescador que se queja del mar pero no puede vivir lejos de él, y también metafóricos, como Isbrük –el pueblo imaginario donde se desarrolla la historia- o el cuaderno que escribe uno de los protagonistas, repleto de tachones que simbolizan sus dudas, sus silencios y sus contradicciones. Cada cual con su propia voz, pidiendo socorro desde uno de esos viajes concéntricos donde los ha embarcado la vida, sin fin ni principio, consumiéndose en un encierro para el que no encuentran escapatoria, sembrado de aspiraciones y de obstáculos. El deseo de felicidad y la tristeza que se empeña en perseguirlos; la necesidad de luchar contra lo irremediable y el cansancio acumulado, arrastrado paso a paso; la imposibilidad de comunicarse con palabras y la fuerza con que sus cuerpos expresan sus angustias; el sexo como liberación y como atadura.

Se ha dicho de esta novela que es una tragedia moderna y, como en toda tragedia, la muerte se revela como otra de las grandes protagonistas, un destino fatal que interactúa con los demás personajes a través de un juego de seducción del que resulta imposible salir victorioso. “Estamos condenados a la derrota –dice su autor-. La derrota vital es nuestro destino. A pesar de toda nuestra felicidad, la propia muerte nos derrotará. Nadie puede pasar por la vida sin que la vida le atropelle. Lo que nos queda son las victorias del día a día, las únicas posibles, las victorias pírricas”.

David Vicente se autodefine como un “pesimista optimista”, y considera que la única batalla que se lucha en la vida es contra uno mismo, contra sus fantasmas y contras sus miedos, y cada cual las tiene que superar con sus propias armas.

Es precisamente ahí donde está la tragedia de su novela, en la fatalidad de unos personajes agotados y desesperados, que luchan contra sus demonios sintiéndose perdedores desde el inicio, en un lugar llamado Isbrük que bien podría ser su propio espacio interior.

En apenas 143 páginas, de una belleza conmovedora, David Vicente sintetiza el enfrentamiento del ser humano consigo mismo, un duelo en el que no es posible ganar sin perder. Auténtica poesía hecha novela, y auténtica novela hecha de girones del corazón.