Jesús Carrasco nos recomienda

A cada momento seguimos vivos. Tom Malmquist. Turner, 2017

 

En 1992, mientras España se convertía en el ombligo del mundo (o eso nos pareció a nosotros), Cormac McCarthy concedía una entrevista a The New York Times, algo casi tan insólito como lo primero. En esa entrevista el autor norteamericano afirmaba que en su lista de "buenos escritores" solo había lugar para aquellos que se ocupaban de asuntos relacionados con la vida y con la muerte. Asuntos serios, se entiende.

En la lista: Faulkner, Dostoievski o Mellville. Fuera de ella: Proust y Henry James. McCarthy raramente se expresa fuera de sus libros, por lo que interpretar su pensamiento no es sencillo. Aún así, me atrevería a decir que entiendo, y hasta comparto, eso a lo que el americano se refiere cuando habla de vida y muerte.

Mi conclusión, grosso modo, sería que, en la vida, que es donde la literatura se desenvuelve y de la que parte, hay un abanico de asuntos de los que ocuparse y que esos asuntos obtienen su peso en función de la posición que ocupan en una escala en la que vida y muerte marcan los extremos.  Escribir con la densidad y la potencia de McCarthy obliga a elegir bien el tema. Uno no se embarca en proyectos como Sutree o Meridiano de sangre si no es para dejarse la piel, supongo. Así que a la hora de escribir, postula McCarthy, abajo los temas triviales y arriba los esenciales. Y en este sentido, ¿puede haber algo más esencial que la muerte? Ese hecho que termina con todo, que cercena un tentador florecimiento infinito de la existencia, que condena a una igualitaria combinación de polvo y gusanos tanto a la forma de vida más elemental como al más cultivado y sabio de los seres. Mirar a la cara a la muerte, dado que es seguro que nos alcanzará, es algo que deberíamos hacer todos de cuando en cuando. Pero claro, es doloroso asumir que la fiesta se terminará y que todas nuestras cuitas quedarán liquidadas de la noche a la mañana. Que una vez se apague la luz, aquellos que nos acompañan seguirán su camino y nosotros solo permaneceremos en el mundo como frágil memoria en ellos, por lo demás, también seres destinados a la desaparición. Aún así, a pesar de la importancia del asunto, pensar en el fin es para muchos solo una opción, no una obligación. Sin embargo, hay personas a las que no se les ha concedido la posibilidad de mirar para otro lado. Uno de ellos es Tom Malmquist que vió cómo, de la noche a la mañana, moría su pareja poco después de dar a luz a su primera hija. A cada momento seguimos vivos, el relato fragmentario, puntilloso y emocionante de esa experiencia, me ha resultado magnético. Su fuerza de atracción emana, en mi opinión, de dos polos. Por un lado, la esencialidad de la muerte, su deslumbrante primera posición en el escalafón de los asuntos de importancia. Un libro puede hablarnos de los paseos de un diletante por la Bretaña del S. XIX, o de las luchas de poder en Wall Street a principios de los noventa y resultarnos frío porque no somos capaces de encontrar acomodo en esos mundos o porque no logramos identificarnos con las peripecias de los personajes. Pero, ¿quién no se identifica con alguien que está lidiando con la muerte? Incluso los que no nos hemos visto obligados a mirarla a la cara podemos sentir la aplastante verdad de esta narración. El otro polo de atracción es el estilo. Narrada en primera persona del presente, este libro amalgama diferentes tiempos en una única sustancia que está poblada de detalles aparentemente triviales, de partes médicos escrupulosamente descritos, de tactos, de olores, de sillas de plástico de hospital. Tom Malmquist me alcanza por esas dos vías: sé que moriré y sé que estoy vivo porque huelo, toco y porque reconozco esas mismas sillas de plástico en las que yo también he esperado sentado la muerte de seres queridos. Si usted quiere acercarse al abismo sin tener que cruzarlo, si quiere, además, que la oscuridad de ese precipicio contraste con la luz de una niña que nace, con la nieve en las calles, con un té humeante, con los mil detalles que dan cuerpo a la vida, le recomiendo que lea este libro breve, intenso y hermoso.

Por Jesús Carrasco (Olivenza), escritor, autor entre otras de