La ilustración ha sido siempre la aliada perfecta de la palabra escrita. Esta fértil unión, aunque no la define en sí misma, sí la difiere de otras manifestaciones plásticas que se desarrollan autónomamente. Aunque luego existen casos como Luis Grañena (Zaragoza, 1968), en los que, sin pretenderlo, su definitorio trazo ha dado a sus ilustraciones vida propia e independiente. En definitiva: no necesitan textos que las acompañen. Los ilustradores como Grañena imponen su carácter personal. Sus obras se abren paso con personalidad propia y reconocible.